Para nadie es un secreto que somos 80% lo que digerimos, bajo esta premisa es fácil deducir que la alimentación es primordial para tener un cuerpo físico saludable y sentirse bien, por medio de los nutrientes de los alimentos que ingerimos.
Desde allí podemos empezar a pensar que tipo de alimentos deberíamos ingerir, no pensando en calorías, si no pensando en su carga nutritiva. Dejando de lado la palabra «dieta» como esa acción autocastigadora que no nos permite comer lo que nuestro cerebro desea. Por eso, se dice que comemos más con los ojos que con la boca. Empecemos por la cantidad, si antes nuestros ancestros trabajaban largas jornadas en el campo, con actividades demandantes físicamente, era entendible sus porciones de alimentos fueran grandes para poder tener y almacenar la carga calórica para llevar adelante su día a día. Eran platos repletos de alimentos provenientes de la madre tierra en su mayoría y de origen animal.
¿Pero qué ha pasado con el paso del tiempo?
La ciudades han crecido, el trabajo en oficinas se ha esparcido por todas partes, y la mayoría de nosotros tenemos trabajos con un mínimo de exigencia física. Pero qué ha pasado con nuestra mente, por herencia cultural, de generación en generación, seguimos alimentándonos esperando grandes platos (como si nos tocará ir a trabajar en el campo) y adicionalmente la industrialización ha hecho que al pasar tanto tiempo en oficinas, buscamos las maneras más expedidas de hacerlo con productos envasados, con preservativos y cualquier cantidad de químicos para mantenerlos, o hacerlos lucir deliciosos. Rápido y delicioso es un aparente mix mágico y por supuesto, apetecible.
Cada día aumenta la cantidad de personas afectadas por el terrible flagelo del cáncer, que no es más que nuestras propias células alteradas.
Te has detenido a pensar por qué en el reino animal, en los animales en su habita natural no padecen de terribles enfermedades? O por que los habitantes de pueblitos sobre todo en Europa y oriente son tan longevos?
La respuesta común: llevan vidas más tranquilas, en slow motion, pero además lo más importante: su alimentación es altamente natural.
Imagina el siguiente escenario, en el libro «A clear and definite path: Enlightenment and health with yoga and raw Foods», su autor, Fred Busch nos hace la siguiente alegoría: «No deberíamos tratar nuestro cuerpo con el mismo respeto que demostramos cuando visitamos un zoológico? Nosotros no podemos alimentar a los monos llevándole una pizza. Los veterinarios mantienen en perfecta salud a los animales y es un hecho científico, que ellos hacen que los animales se adhieran estrictamente a su dieta natural».
Si reflexionamos entorno a esta premisa, podríamos comer todas las frutas que deseáramos o todos los vegetales que nos apetecieran, que combinado a una regular actividad física (que es como lubricar las bisagras) alcanzaríamos un equilibrio total de salud y peso corporal.
Una vez comiendo desde la conciencia, de forma saludable, más nunca tendrías que hacer dieta.
Por ende, la calidad de nuestra sangre, está determinada por nuestra alimentación, porque se alimenta proporcionalmente de lo que ingerimos.
Detente a pensar por un minuto y hasta toma nota, de qué comes en un dia cualquiera. Desde un análisis consciente, tu mism@ sabrás hacia donde quieres llevar tu proceso de alimentación.
La cuenta es sencilla, una alimentación natural conlleva a una mayor cantidad de nutrientes, a mayor cantidad de nutrientes una sangre más limpia y saludable, una sangre más saludable llega más pura a cada uno de nuestros órganos, y los resultados inclusive los ves en el brillo de tu piel.
Este es un tema largo… así que esta historia continuará…
Respira, siente y disfruta.